Carlos Fernández: cómo pasó de ser un médico prestigioso a un intendente mediocre en un año



“Cuando estaba en campaña, el intendente vino como diez veces a mi casa y nos prometió un montón de cosas. Hasta una perforación de agua; pero pasó un año y lo único que perforó fue el talón de la gurisada carreando baldes de la vertiente”, graficó Ademar Cardozo Fagundes, presidente de la comisión vecinal de Villa Ruff, haciendo referencia a una de las tantas promesas incumplidas del intendente de Oberá, Carlos Fernández.

La humorada del dirigente vecinal no logró atenuar la bronca que tiene por sentirse usado por un político que le prometió mejoras para su barrio y no cumplió nada.

“Él venía con Lucas, el hijo, y comían chipa con nosotros. Ahora nunca está en la Municipalidad cuando uno quiere hablar con él”, se quejó. Y así en todos los barrios, con vecinos asqueados del destrato de Fernández y su entorno.

Es que los muchachos no quieren ensuciarse los zapatitos ni las camisitas de marca en la polvareda de los barrios, ni que les quede el olor a humo. Eso dejan para la campaña, nomás.

Y hoy, a menos de un mes de que los tareferos tomaran el edificio municipal en reclamo de asistencia para el sector, nuevamente un grupo de vecinos bloquearon los accesos disconformes con la gestión de Fernández. Los manifestantes llegaron desde San Miguel, Barrio Aeroclub y Kilómetro Cero y se toparon con cien policías en los portones, pero el intendente se escondió y desató la furia. Todos sabían que los vecinos marcharían a la Municipalidad, menos Fernández, siempre lento, tibio y desbordado por los reclamos sociales. Parece que no sabe dialogar, acostumbrado a ser patrón y a mandar. Es muy grave lo que pasó hoy: en menos de un mes tomaron dos veces la Municipalidad, con el perjuicio que ello implica para los contribuyentes. 

Fernández no da la cara porque no tiene ideas. Para colmo, la gente que le maneja la agenda tiene prioridades de nenes del mamá del centro. El intendente se rodeó de muchachitos que no tienen calle y son soberbios.

Llama la atención el letargo del jefe comunal, que sabía que tenía chances de ganar las elecciones, pero ni así se supo rodear de gente potable y con cierta experiencia política. Así, armó su equipo de apuro y bajo el mando de un hijo.

Es importante recordar que Fernández ya hizo la plancha cuatro años cuando fue concejal, donde pasó sin pena ni gloria (más pena, en realidad), siempre con su matecito en mano y la sonrisa dibujada. Es que se nota que la política no es lo suyo y estaba más cómodo siendo prestador y auditor del IPS al mismo tiempo. Es más redituable y genera menos dolores de cabeza. Ahora pregunto, ¿se puede ser prestador y auditor del estado al mismo tiempo? 

Fernández es sin dudas un médico de prestigio en Oberá, pero como político es otra cosa. Se pasó todo el primer año de gestión quejándose porque su predecesor, Ewaldo Rindfleisch, le dejó una deuda superior a los 60 millones de pesos. Pero no se presentó ante la Justicia para denunciar presuntas irregularidades. Sólo lloró, se excusó en eso para justificar lo poco que hizo.

A los pocos días de asumir, frente mismo al obispo de Oberá, aseguró que le pidió a Gendarmería que patrulle las calles para combatir la inseguridad. Al otro día lo retaron y salió a decir que fue un invento del periodismo. (Por suerte existe algo que se llama grabador, señor intendente. Cuando quiera escuchamos sus dichos). Aquella vez no tuvo lo que tienen los hombres para reconocer lo que dijo y trató de matar al mensajero, un recurso tan antiguo como cobarde. 

Todavía le quedan tres años de gestión y puede revertir el rumbo. Por ahora es un intendente sin ideas, desbordado por los reclamos sociales (al punto que ya le tomaron la Municipalidad dos veces), rodeado de imberbes y altaneros.

Son muchos los interrogantes y veremos qué sucede. Por ahora, lo único que está claro es que es un intendente de mediocre para abajo.



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