ÚRSULA
Por temor a que piensen que estaba loca, tardó varios años en contar lo que le pasaba. En resumidas cuentas, cada tanto sentía una presencia extraña en su cama, no importaba si dormía o aún estaba despierta. Nunca la tocó ni le hizo daño, pero unas veces se movía más que otras, se ubicaba a la altura de sus piernas o de su mismo lado. Hubo ocasiones en las que encendió la luz y vio el colchón hundido y un sutil movimiento de las sábanas, como un desplazamiento.
Claro que pensó que estaba mal de la cabeza; que no podía ser verdad, que no existen los fantasmas. La primera vez sintió un terror indescriptible. Se levantó y salió corriendo de su habitación, sofocada con las pulsaciones a 200, por lo menos. Por un instante pensó en contarles a sus padres o a su hermano, que dormía en la pieza de al lado. Pero no se animó. Pensaba que todo era fruto de su imaginación, del viento o cualquier otra cosa, menos algo sobrenatural. Así que prefirió hacerse cargo de sus miedos.
Tampoco eran todas las noches, pero por lo menos dos o tres veces al mes. Probó yendo a la iglesia, consultó con un psicólogo y hasta con una curandera, aunque nunca dijo: esto y esto me pasa a mí, sino que andaba con rodeos por vergüenza de lo que piensen de ella. Pasó noches llorando en un rincón, mientras la cosa recorría su cama. Le habló, le preguntó que era. Le tiró una plancha. Hasta pensó en matarse. No quería vivir toda la vida así. Y era peor en las noches de tormenta, claro.
Cuando se fue a estudiar pensó que todo pasaría. Error. La cosa iba con ella a donde fuera. Incluso de vacaciones. Una de esas tantas madrugadas que andaba insomne encontró una pulserita de plata con un nombre y una fecha grabados: “Úrsula-15/7/34”. Hizo un enorme esfuerzo por recordar de dónde salió eso, de quién era o quién se la había dado.
Pasaron unos días y sacó el tema de la pulserita en la mesa, su papá hizo memoria y lanzó una carcajada algo avergonzada. Ensayó alguna excusa, dijo que en ese entonces era joven y terminó reconociendo que robó la alhaja de una vieja tumba del cementerio local. La chica sintió un poco de pena por la bajeza de su padre y pensó, la próxima que vayamos al cementerio para visitar a los abuelos voy a devolver la pulserita a su tumba. Y una mañana cumplió su promesa.
Años después, ya siendo madre de tres hijos, le contó a su marido la historia… y que Úrsula nunca más la molestó de noche, después de que dejó la pulserita en su tumba.
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