VENENOS


De lejos se notaba que estaba averiado. Contó que se quedó dormido por ahí, en algún banco del centro, donde le robaron la billetera con el DNI, la tarjeta de débito y algo de plata.

Esa tardecita no quiso hacer la denuncia “porque si andás un poco tomado la Policía no te da bola”, así que dejó el trámite en veremos.

Ese día le fue bien y vendió unas cuantas gruesas de cigarrillo paraguayo; oficio del que no se enorgullece, pero le da de comer. “Yo no fumo, pero vendo el veneno para los que se quieren matar de a poco”, lanzó a manera de chiste.

Y enseguida reflexionó: “Aunque yo no puedo hablar, porque también me estoy matando con otro veneno”.

Enseguida juntó sus cosas, ensayó alguna excusa para cuando llegue a casa y la patrona lo mire cruzado y se fue con el último fulgor de la tarde. No molestó a nadie y se llevó su venenos a cuestas.




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