LA HERENCIA DE ALCIDES
El velorio fue a cajón cerrado y duró apenas un par de horas porque los familiares apuraron los trámites para sepultarlo enseguida. Ni siquiera soportaban la idea pensarlo así, destrozado como estaba. Ya era de noche cuando llegaron al cementerio, llovía torrencialmente y los relámpagos hicieron de improvisada iluminación.
En el pueblo, por lo bajo, decían que Alcides era el lobizón, pero siempre se destacó por ser buen vecino, trabajador y cumplidor con sus cuentas. No se le conocían vicios. Nunca se casó ni tuvo hijos, un costo que pagó por el estigma que llevaba encima.
Su abuelo se quitó la vida, devastado por un desastre que cometió convertido, aseguraban. A su papá le fue un poco mejor, conoció el amor y su esposa lo salvó. Contaban que en las noches de luna llena, en realidad durante las tardes previas, ella lo encadenaba en el sótano y tomaba los recaudos necesarios para que no repita errores de sus antepasados. Y así convivieron por más de 50 años.
Pero Alcides arrastraba toda la amargura de un destino solitario. Por ser el primogénito heredó la cruz de la familia, mientras que sus hermanos nacieron normales, decían.
La leyenda de su antigua estirpe trascendió fronteras y un día un forastero llegó al pueblo con la intención de cazar al lobizón. Buscó aliados, recorrió bares y suburbios alejados. La fuerza de los billetes atrajo a un par de conocidos de Alcides, quienes decían saber algunos pormenores del caso.
Fue así que pergeñaron un plan siniestro. Sabían que en las noches de luna llena él se refugiaba en el sótano, para lo que contaba con la asistencia de su mejor amigo y único confidente, un ahijado de su papá que lo quería como un hermano.
Pero tenía un punto débil, la bebida. El cazador y sus secuaces lo convidaron a un almuerzo donde abundó el alcohol, la sobremesa se extendió por horas y nunca llegó a la casa de su amigo. Faltó a la cita por primera vez en 20 años y era noche de luna llena.
Alcides, desesperado, trató de encerrarse solo, pero su esfuerzo resultó estéril y ganó la bestia. Con un último resto de humanidad corrió al monte, donde lo aguardaban los cazadores. Lo que ellos no sabían era que una vez convertido, sus sentidos se potenciaban y presagió el ataque.
El forastero fue sepultado tres días después a cajón cerrado, al igual que sus cómplices. Oficialmente nunca se supo quién o qué los atacó y los destrozó de esa manera. Para la Policía fue un animal del monte, lo más probable un yaguareté cebado, especuló el comisario del pueblo y cerró el caso ahí.
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